Arriesgarse

Reír es arriesgarse a parecer un tonto.

Llorar es arriesgarse a parecer sentimental.

Recurrir al otro es arriesgarse a comprometerse.

Exponer los propios sentimientos es arriesgarse a desnudar tu verdadero yo.

Exponer tus ideas y sueños ante la multitud es arriesgarse a perderlos.

Amar es arriesgarse a no ser correspondido.

Vivir es arriesgarse a morir.

Tener esperanza es arriesgarse a desesperarse.

Intentarlo es arriesgarse a fracasar.

Pero hay que correr riesgos, porque no hay peor riesgo en la vida que no arriesgar nada.

La persona que no arriesga, bueno hace nada, que no tiene nada… no es nada.

Tal vez evite el sufrimiento y el dolor, pero no aprenderá, no sentirá los cambios, no crecerá ni vivirá verdaderamente.

Encadenado a su miedo, es un esclavo que ha perdido toda libertad. Solo quien corre riesgos es libre. El pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie, y el realista ajusta las velas.

William Arthur Ward 

Regla de Oro

Si conoces a un niño, ámalo.

Si conoces a un anciano, compréndelo.

Si conoces a un enfermo, consuélalo.

Si conoces a un solitario, dale tu compañía.

Si conoces a un débil, fortalécelo.

Todas esas personas: niño, anciano, enfermo, solitario, débil, has sido o serás alguna vez.

Necesitarás entonces amor, comprensión, consuelo, compañía y fortaleza.

Da todo eso cuando te necesiten, y todo eso recibirás cuando lo necesites tu.

Armando Fuentes Aguirre

El bote y la espada.

Un comerciante debía cruzar un río en bote para llegar al mercado. Tan apresurado estaba por recorrer el trayecto ene l menor tiempo posible, que no se detuvo cuando su espada cayó al agua.

Dijo entonces al botero: “No te detengas, haremos una marca en el bote en el lugar donde cayó la espada y mañana, cuando crucemos el río nuevamente, podremos encontrarla”.

Al día siguiente, volvió a cruzar el río en el mismo bote. Cuando llegó a la mitad, intentó sin éxito encontrar la espada, pero sólo vio la marca que había hecho. Quejándose, llegó a la otra orilla sin haber podido recuperarla.

El comerciante comprendió que, antes de tomar una decisión es necesario evaluar todas las consecuencias de ella.

La humildad

Se acercaba mi cumpleaños y quería pedir un deseo especial al apagar las velas de mi paste.

Caminado por el parque, me senté al lado de un mendigo que estaba en uno de los bancos, el más retirado, viendo dos palomas revolotear cerca del estanque y me pareció curioso ver al hombre de aspecto abandonado mirar a las avecillas con una sonrisa en la cara que parecía eterna.

Me acerqué a él con la intención de preguntarle por qué estaba tan feliz.

Quise sentirme afortunado al conversar con él para estar más orgulloso de mis bienes, porque yo era un hombre al que no le faltaba nada; tenía mi trabajo que me producía mucho dinero. Claro, cómo no iba a producírmelo trabajando tanto. Tenía a mis hijos, a los cuales gracias a mi esfuerzo tampoco les faltaba nada y tenían los juguetes que quisieran. En fin, gracias a mis interminables horas de trabajo, no le faltaba nada ni a mi esposa ni a mi familia.

Me acerqué al hombre y le pregunté:

-Caballero, ¿qué pediría usted como deseo en su cumpleaños?

Pensé que el hombre me contestaría “dinero” y así de paso yo podría darle unos billetes y hacer la obra de caridad del año.

Cuál no sería mi asombro cuando el hombre me contestó lo siguiente, con la misma imborrable sonrisa en su rostro:

-Amigo, si pidiera algo más de lo que tengo, sería muy egoísta. Ya he tenido todo lo que necesita un hombre en la vida y más.

Vivía con mis padres y mi hermano antes de perderlos una tarde de junio, hace mucho; conocí el amor de mi padre y mi madre que se desvivían por darme todo el amor que les era posible dentro de nuestras limitaciones económicas.

Al perderlos, sufrí muchísimo pero entendí que hay otros que nunca conocieron ese amor y me sentí mejor.

Cuando joven, conocí a una niña de la cual me enamoré perdidamente. Un día la bese y estallo en mi el amor. Cuando se marchó, mi corazón sufrió enormemente. Recordé ese momento y pensé que hay personas  que nunca han conocido el amor y me sentí mejor.

Un día en este parque, un niño que correteaba cayó al piso y comenzó a llorar. Yo lo ayudé a levantarse, l e sequé las lágrimas con mis manos y jugué con él unos instantes más. Aunque no era mi hijo me sentí padre, y me sentí feliz porque pensé que muchos no han conocido ese sentimiento.

Cuando siento frio y hambre en el invierno, recuerdo la comida de mi madre y el calor de nuestra pequeña casita y me siento mejor, porque hay otros que nunca lo han sentido y tal vez no lo sientan jamás.

Cuando consigo dos piezas de pan, comparto una con otro mendigo del camino y siento el placer de compartir con quien lo necesita; recuerdo que hay quienes jamás sentirán esto.

Mi querido amigo, qué más puedo pedir a Dios o a la vida cuando lo he tenido todo, y lo más importante es que soy consciente de ello.

Puedo ver la vida en su más simple expresión, como esas dos palomitas jugando, ¿qué necesitan ellas?   

Lo mismo que yo, nada. Estamos agradecidos al cielo por esto, y sé que usted pronto lo estará también.

Miré hacia el suelo un segundo, como perdido en la grandeza de las palabras de aquel sabio que me había abierto los ojos con su sencillez. Cuando miré a mi lado ya no estaba, solo las palomitas y un arrepentimiento enorme por la forma en que había vivido sin haber conocido la vida.

Jamás pensé que aquel mendigo, tal vez un ángel enviado por el Señor, me daría el regalo más precioso que se le puede dar a un ser humano…

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¡La humildad!