Existía en la antigüedad un famoso poeta chino. Aunque sus poesías recibían grandes alabanzas por su sentido de la belleza y su infinita inspiración, cierto día, el poeta dejó de escribir. Cuando su familia y sus allegados le preguntaban qué le había sucedido, él les respondía que su inspiración se había agotado.
Ya no se sentaba más en su mesa de trabajo y pasaba los días deambulando por el campo, visitando lugares cercanos.
Eu una de sus caminatas llegó hasta un rio. En la orilla, una anciana lijaba una gruesa vara de metal sobre una piedra. El poeta se sentó a observarla durante largo rato.
Cuando la anciana se levantó, él la siguió intrigado y le preguntó qué hacía.
La anciana le contestó: “Una aguja para tejer”. El poeta, asombrado, le preguntó: “Pero, anciana, ¿cómo esperas que una vara tan gruesa se transforme en una fina aguja de tejer? Es una tarea casi imposible de lograr”.
La anciana lo miró con infinita paciencia y le respondió: “Joven, tal vez no consiga hacerlo en un solo día, pero si trabajo todos los días estoy segura de que finalmente lo lograré.
El poeta comprendió lo que la anciana trataba de decirle.
Regresó de prisa a su casa y retomó su trabajo con alegría.