Perder el caballo

Un campesino vivía con su hijo en la montaña cuidando animales. De todos, el caballo era el que más necesitaba para realizar los trabajos diarios.

Una mañana, cuando el muchacho salió a trabajar, notó con desconsuelo que el caballo se había marchado.

El padre le dijo: “No te preocupes, hijo, tal vez no sea malo que se haya marchado”. El joven quedó desconcertado.

A los pocos meses, el caballo volvió a la granja, acompañado por una yegua. El hijo, feliz, aviso enseguida a su padre. Éste lo miró con desconfianza y le aconsejó: “Hijo, no debemos apresurarnos en suponer que éste sea un buen presagio”. El joven no pudo evitar una expresión de extrañeza ante esas palabras.

Al poco tiempo, el hijo cayó de la yegua y la lesión le dejó un leve reguera. Ante sus continuas quejas, el padre le pidió: “Por favor, no te lamentes, todavía no sabemos si esta caída es un mal augurio”. Una vez más, el muchacho no comprendió la actitud precavida de su padre.

Tiempo después, el ejercito pasó reclutando jóvenes para ir a la guerra. A causa de su reguera, el joven no fue seleccionado. El padre, entonces, le dijo: “Hijo mío, la paciencia y la serenidad son necesarias para evaluar correctamente los hechos que suceden en nuestra vida”.

Sabiduría

El pájaro no sabe de problemas,

no paga impuestos ni tampoco renta,

él vive sin conflictos ni dilemas,

contento bebe agua y se alimenta.

El hombre se la pasa entre teoremas

y formulas inútiles, que inventa

él puede dominar todos los temas,

mas no el de ser feliz, por más que intenta.

El ave, libre, vuela por el cielo

y el hombre con su angustia, a ras del suelo,

camina sin saber qué anda buscando.

Y así van uno y otro por la vida,

el hombre con la fe a veces perdida

y el pájaro, más sabia al fin, cantando.

Guillermo González Martínez 

El florero de porcelana

El Gran Maestro y el Guardia se dividía la administración de un monasterio zen. Cierto día, el Guardián murió y fue preciso sustituirlo. El Gran Maestro reunió a todos los discípulos para escoger quién tendría la honra de trabajar directamente a su lado.

-Voy a presentarles un problema -dijo el Gran Maestro- y aquel que lo resuelva primero será el nuevo Guardian del templo. Terminando su corto discurso, colocó un barquito en el centro de la sala. Encima estaba un florero de porcelana seguramente  carísimo, con una rosa roja que lo decoraba.

Éste es el problema -dice el Gran Maestro- resuélvanlo.

Los discípulos contemplaron perplejos el “problema”, por lo que veían los diseños sofisticados y raros de la porcelana, la frescura y la elegancia de la flor. ¿Qué representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál sería el enigma?

Pasó el tiempo sin que nadie atinar a a hacer nada salvo contemplar el problema, hasta que uno de los discípulos se levantó, miro al maestro y a los alumnos, caminó resueltamente hasta el florero y lo tiró al suelo, destruyéndolo.

¡Al fin alguien lo hizo! -exclamó el Gran Maestro-. ¡Empezaba a dudar de la formación que les hemos dado en todos estos años! Usted es el nuevo Guardián.

Al volver a su lugar el alumno, el Gran Maestro explicó:

-Yo fui bien claro: dije que ustedes estaban delante de un “problema”. No importa cuán bello y fascinante sea un problema, tiene que ser eliminado. Un problema es un problema; puede ser un florero de porcelana muy caro, un lindo amor que ya no tiene sentido, un camino que precisa ser abandonado, por más que insistimos en recorrerlo porque nos trae comodidad.

Sólo existe una manera de lidiar con un problema… atacándolo de frente.

En esos momentos, no se puede tener piedad, no ser tentado por el lado fascinante que cualquier conflicto acarrea consigo.

Recuerda que un problema es un problema. No tiene caso tratar de acomodarlo y darle vueltas, si al fin y al cabo ya no es otra cosa más que un problema.

Déjalo hazlo a un lado y continúa disfrutando de lo hermoso y lo que vale la pena en la vida. No huyas de él acaba con él.

Autor Anónimo

Arriesgarse

Reír es arriesgarse a parecer un tonto.

Llorar es arriesgarse a parecer sentimental.

Recurrir al otro es arriesgarse a comprometerse.

Exponer los propios sentimientos es arriesgarse a desnudar tu verdadero yo.

Exponer tus ideas y sueños ante la multitud es arriesgarse a perderlos.

Amar es arriesgarse a no ser correspondido.

Vivir es arriesgarse a morir.

Tener esperanza es arriesgarse a desesperarse.

Intentarlo es arriesgarse a fracasar.

Pero hay que correr riesgos, porque no hay peor riesgo en la vida que no arriesgar nada.

La persona que no arriesga, bueno hace nada, que no tiene nada… no es nada.

Tal vez evite el sufrimiento y el dolor, pero no aprenderá, no sentirá los cambios, no crecerá ni vivirá verdaderamente.

Encadenado a su miedo, es un esclavo que ha perdido toda libertad. Solo quien corre riesgos es libre. El pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie, y el realista ajusta las velas.

William Arthur Ward 

Regla de Oro

Si conoces a un niño, ámalo.

Si conoces a un anciano, compréndelo.

Si conoces a un enfermo, consuélalo.

Si conoces a un solitario, dale tu compañía.

Si conoces a un débil, fortalécelo.

Todas esas personas: niño, anciano, enfermo, solitario, débil, has sido o serás alguna vez.

Necesitarás entonces amor, comprensión, consuelo, compañía y fortaleza.

Da todo eso cuando te necesiten, y todo eso recibirás cuando lo necesites tu.

Armando Fuentes Aguirre