Serpiente con patas

En un templo lejano, oculto entre las montañas, siete monjes vivían en reclusión.

Cierto día, después de la ceremonia de veneración de la primavera, el más anciano de los monjes tomó el vino ceremonial del santuario para compartirlo y lo vertió en la única copa sagrada destinada a ese fin. Los monjes lo miraron expectantes ya que, debido a las gracias espirituales que poseía aquel vino, todos querían beberlo. El anciano se dirigió a los otros seis monjes con estas palabras: “Una copa de vino es demasiado para uno solo de ustedes, pero sería muy poco si la dividiéramos entre siete. Una demostración de destreza resolverá este dilema. Como la serpiente es un animal místico para todos, cada uno deberá dibujar con pincel y tina una serpiente y el primero en terminar podrá tomar el vino sagrado”.

Uno de los monjes finalizó antes que los demás. Viendo que los otros aún seguían dibujando, tomó con una mano la copa y, al mismo tiempo, con la otra comenzó a dibujarle patas a la serpiente que había hecho.

En ese momento, otro monje que ya había terminado su dibujo, le quitó la copia al primero y bebió el vino sagrado, ya que es sabido que las serpientes no tienen patas.

“Cuando algo se halla en su punto justo, no es necesario agregar nada mas”, sentenció el más anciano al observar lo ocurrido.

Analía L´Abbate – Karina Qian Gao

El Pozo

Una rana habitaba en lo profundo de un pozo cerca de una playa. A través del círculo que se dibujaba desde el interior, veía el cielo, el sol y las nubes, y, cuando el viento soplaba con fuerza, también le llegaba el olor del mar.

Satisfecha con su vida, la rana pensaba que vivía en el mejor lugar del mundo: cómodo, luminoso y amplio. Saltando dentro del pozo, sus días transcurrían con alegría.

Un día se acercó una tortuga; al verla, la rana la invitó a bajar. “Ven a conocer mi hogar”, le dijo, “no podrás creer cuánta luz tiene y cuán grande es”. La tortuga, curiosa, aceptó la invitación.

Cuando llegó al fondo del pozo y miró a su alrededor, le dijo a la rana: “En el lugar donde yo vivo, el cielo no tiene límites, el mas es ancho, profundo y tan inmenso que nunca se seca ni se inunda con las lluvias. El sol brilla con una intensidad cegadora. Deberías verlo, ¡eso sí que es vivir bien!” La rana no creyó aquello que la tortuga le contaba, confiada en que el suyo era un hogar único.

Un día de fuertes lluvias, el pozo se inundó de tal manera que la rana subió hasta la superficie. Al enfrentar la brillante luz del sol y admirar la inmensidad del cielo y del mar, comprendió que la tortuga tenía razón: es importante conocer lo que se encuentra más allá de nuestro alrededor.

Analía L´Abbate – Karina Qian Gao