Dos estatuas de tigres decoraban la entrada de la casa de un anciano chino. Como una de ellas no estaba terminada, el señor convocó a los artesanos del pueblo para finalizar la obra, pero ninguno logró llevar a buen término la misión encomendada.
El anciano decidió preguntar a un sabio cómo debía proceder. “Quien ató el nudo debe desatarlo”, fue el consejo de éste. El señor, entonces, dedicó todos sus esfuerzos a hallar al escultor que había comenzado aquella estatua y el trabajo fue concluido.