Una rana habitaba en lo profundo de un pozo cerca de una playa. A través del círculo que se dibujaba desde el interior, veía el cielo, el sol y las nubes, y, cuando el viento soplaba con fuerza, también le llegaba el olor del mar.
Satisfecha con su vida, la rana pensaba que vivía en el mejor lugar del mundo: cómodo, luminoso y amplio. Saltando dentro del pozo, sus días transcurrían con alegría.
Un día se acercó una tortuga; al verla, la rana la invitó a bajar. “Ven a conocer mi hogar”, le dijo, “no podrás creer cuánta luz tiene y cuán grande es”. La tortuga, curiosa, aceptó la invitación.
Cuando llegó al fondo del pozo y miró a su alrededor, le dijo a la rana: “En el lugar donde yo vivo, el cielo no tiene límites, el mas es ancho, profundo y tan inmenso que nunca se seca ni se inunda con las lluvias. El sol brilla con una intensidad cegadora. Deberías verlo, ¡eso sí que es vivir bien!” La rana no creyó aquello que la tortuga le contaba, confiada en que el suyo era un hogar único.
Un día de fuertes lluvias, el pozo se inundó de tal manera que la rana subió hasta la superficie. Al enfrentar la brillante luz del sol y admirar la inmensidad del cielo y del mar, comprendió que la tortuga tenía razón: es importante conocer lo que se encuentra más allá de nuestro alrededor.
Analía L´Abbate – Karina Qian Gao