Un saltamontes, orgulloso de su fuerza, pasaba el día admirando sus brazos largos y resistentes. Al compararse con las otras especies que lo rodeaban, se sentía muy poderoso, ya que consideraba que ninguna otra podía igualarlo.
Un día, creyéndose invencible, intentó detener con sus brazos un carro que circulaba por el camino. Éste pasó por encima del saltamontes sin notarlo. “Debería haber evaluado objetivamente mi propia capacidad antes de enfrentarme ciegamente a este desafío”, alcanzo a reflexionar el saltamontes antes de emitir su último suspiro.