Perder el caballo

Un campesino vivía con su hijo en la montaña cuidando animales. De todos, el caballo era el que más necesitaba para realizar los trabajos diarios.

Una mañana, cuando el muchacho salió a trabajar, notó con desconsuelo que el caballo se había marchado.

El padre le dijo: “No te preocupes, hijo, tal vez no sea malo que se haya marchado”. El joven quedó desconcertado.

A los pocos meses, el caballo volvió a la granja, acompañado por una yegua. El hijo, feliz, aviso enseguida a su padre. Éste lo miró con desconfianza y le aconsejó: “Hijo, no debemos apresurarnos en suponer que éste sea un buen presagio”. El joven no pudo evitar una expresión de extrañeza ante esas palabras.

Al poco tiempo, el hijo cayó de la yegua y la lesión le dejó un leve reguera. Ante sus continuas quejas, el padre le pidió: “Por favor, no te lamentes, todavía no sabemos si esta caída es un mal augurio”. Una vez más, el muchacho no comprendió la actitud precavida de su padre.

Tiempo después, el ejercito pasó reclutando jóvenes para ir a la guerra. A causa de su reguera, el joven no fue seleccionado. El padre, entonces, le dijo: “Hijo mío, la paciencia y la serenidad son necesarias para evaluar correctamente los hechos que suceden en nuestra vida”.

Sueño de una noche

flores de mayo
“Si el hombre no llegara nunca a extinguirse, sino que permaneciera para siempre en el mundo, las cosas perderían su poder de conmovernos. Lo más preciado de la vida es su incertidumbre. Consideremos las criaturas vivas… ninguna vive tanto como el hombre. Las flores de mayo no aguardan a que llegue la noche, la cigarra de verano no conoce la primavera ni el otoño. Qué sensacion de maravillosa tranquilidad es vivir incluso un sólo año en perfecta serenidad. Si eso no es suficiente para ti, podrías alcanzar a vivir mil años y te seguiría pareciendo que tan sólo ha sido el sueño de una noche.”
Yoshida Kenya en “Tsuregusa”