La vara y la aguja

Existía en la antigüedad un famoso poeta chino. Aunque sus poesías recibían grandes alabanzas por su sentido de la belleza y su infinita inspiración, cierto día, el poeta dejó de escribir. Cuando su familia y sus allegados le preguntaban qué le había sucedido, él les respondía que su inspiración se había agotado.

Ya no se sentaba más en su mesa de trabajo y pasaba los días deambulando por el campo, visitando lugares cercanos.

Eu una de sus caminatas llegó hasta un rio. En la orilla, una anciana lijaba una gruesa vara de metal sobre una piedra. El poeta se sentó a observarla durante largo rato.

Cuando la anciana se levantó, él la siguió intrigado y le preguntó qué hacía.

La anciana le contestó: “Una aguja para tejer”. El poeta, asombrado, le preguntó: “Pero, anciana, ¿cómo esperas que una vara tan gruesa se transforme en una fina aguja de tejer? Es una tarea casi imposible de lograr”.

La anciana lo miró con infinita paciencia y le respondió: “Joven, tal vez no consiga hacerlo en un solo día, pero si trabajo todos los días estoy segura de que finalmente lo lograré.

El poeta comprendió lo que la anciana trataba de decirle.

Regresó de prisa a su casa y retomó su trabajo con alegría.

El Bamboo Japones

No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante.

También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada y grita con todas su fuerzas: “¡Crece, Crece, Crece!”

Hay algo muy curioso que sucedo con el bambú japonés y que lo transforma en no apto para impacientes: Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente.

Durante los primeros meses no sucede nada apreciable.

En realidad, no pasa anda con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infantiles.

Sin embargo, durante el séptimo año, en un periodo de sólo seis semanas la planta de bambú crece ¡más de 30 metros!

¿Tardó sólo seis semanas en crecer?

No. La verdad es que le tomó siete años y seis semanas en desarrollarse.

Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.

Sin embargo, en el vida cotidiana, muchas personas tratan de encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo.

Quizás por la misma impaciente, muchos de aquellos que aspiran a resultados en el corto plazo, abandonan todo súbitamente, justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta.

Es tarea poco fácil convencer al impaciente de que sólo llegan al éxito aquellos que luchan con perseverancia y saben esperar el momento adecuado.

De igual manera es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creemos que nada está ocurriendo. Y esto puede ser extremadamente frustrante.

En esos momentos -que todos tenemos- vale la pena recordar el ciclo de maduración del bambú japonés y aceptar que, en tanto no bajemos los brazos, ni abandonemos por no ver el resultado que esperamos, sí está sucediendo algo dentro de nosotros: estamos creciendo, madurando.

Quienes no se dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el temple que les permitirá sostener el éxito cuando éste al fin se materialice.

El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación.

Un proceso que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros. Un proceso que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia.

Perder el caballo

Un campesino vivía con su hijo en la montaña cuidando animales. De todos, el caballo era el que más necesitaba para realizar los trabajos diarios.

Una mañana, cuando el muchacho salió a trabajar, notó con desconsuelo que el caballo se había marchado.

El padre le dijo: “No te preocupes, hijo, tal vez no sea malo que se haya marchado”. El joven quedó desconcertado.

A los pocos meses, el caballo volvió a la granja, acompañado por una yegua. El hijo, feliz, aviso enseguida a su padre. Éste lo miró con desconfianza y le aconsejó: “Hijo, no debemos apresurarnos en suponer que éste sea un buen presagio”. El joven no pudo evitar una expresión de extrañeza ante esas palabras.

Al poco tiempo, el hijo cayó de la yegua y la lesión le dejó un leve reguera. Ante sus continuas quejas, el padre le pidió: “Por favor, no te lamentes, todavía no sabemos si esta caída es un mal augurio”. Una vez más, el muchacho no comprendió la actitud precavida de su padre.

Tiempo después, el ejercito pasó reclutando jóvenes para ir a la guerra. A causa de su reguera, el joven no fue seleccionado. El padre, entonces, le dijo: “Hijo mío, la paciencia y la serenidad son necesarias para evaluar correctamente los hechos que suceden en nuestra vida”.

Desistir

Un joven chino decidió estudiar fuera de su país. Durante su ausencia, su novia -para aliviar la espera- comenzó a tejer en el telar una finísima seda.

Después de transcurridos dos años de su partida, el joven regresó a su país y le dijo a su amada: “He vuelto porque no podía soportar la separación”.

Su enamorada, mostrándole la tela de seda que había realizado, la corto sin titubear. El tejido comenzó a deshacerse entre sus manos. Entonces le dijo: “Si no terminas lo que has empezado, sucederá como con mi tejido: todo lo que has hecho hasta ahora no habrá servido de nada”.

El joven retomó sus estudios y regresó junto a su amada siete años más tarde, después de haber concluido con éxito su carrera.